miércoles, 11 de septiembre de 2013

Que no son higos, que son brevas


Cada año desde hace unos cuantos, veraneo en el mismo pueblo costero; me gusta la cotidaniedad, el sabor local, la playa poco masificada, los helados en el paseo marítimo y las estupendas tapas en el chiringuito de la playa viendo cómo el sol se posa sobre el mar en calma.

Cada año como si de una tradición se tratara, compro en un puesto del mercado, una brevas estupendas que para quien las vende son los mejores higos de la comarca; y cada año cuando regreso a surtirme de más provisiones y cuando con una estupenda sonrisa el vendedor me pregunta “qué, ¿le gustaron los higos?”, se inicia la discusión del verano: él, erre que erre con que son higos y yo –que cabezota soy un rato y que en mis años de infancia me empaché de los unos y de las otras- no paro de repetir que son lo que son, unas estupendas brevas, por su sabor y textura. 

Cada año salgo exhausta de la batalla dialéctica, con un mal rollo tremendo porque he perdido un tiempo estupendo en defender ¿unas supuestas brevas? ¿Y lo discuto con un entendido en la materia?

Absurdo.


¡Qué más da lo que sean en realidad! ¡Lo importante es que disfruto de su sabor! ¡Además soy libre de no volver a comprarlas!
Este ejemplo que puede parecer un tanto ridículo, me permite introducir la cuestión que quiero plantear hoy:

  ¿Os habéis parado a pensar en la cantidad de energía que consumimos enrocándonos en este tipo de discusiones y diálogos –monólogos en realidad-, en los que nuestro objetivo y por tanto donde centramos nuestra atención es en ganar, en tener la razón, nuestra razón?



En estas situaciones nos cuesta aceptar que los puntos de vista están tan alejados que jamás podrán aproximarse ¿Tan difícil resulta aceptar las líneas paralelas?

  ¿Cuántas veces enrarecemos ambientes (familiares, personales, laborales…) iniciando o no sabiendo concluir con celeridad batallas sobre asuntos triviales, que no son vitales ni para el negocio, ni para el equipo, ni para el proyecto, ni para la convivencia, ni para nosotros mismos?

En general nos encanta el “yo tenía razón” o el “te lo dije, te lo dije, te lo, te lo, te lo dije”. Bien pues no nos quejemos por acumular estrés, contracturas, dolores de estómago y desajustes hormonales.

No somos el conejito de Duracell, y nuestras pilas aunque recargables sin limitadas. Apliquemos nuestra energía en defender lo vital, para nosotros y para las personas que nos rodean, en  aplicar la suficiente  lucidez, y cuando nos digan “que son higos” seamos capaces de evaluar si es el momento de dejarnos la piel en defender nuestra postura porque algo serio e importante está en juego y es preciso dejarla clara o por el contrario es mejor decir con calma “dejémoslo estar, son unas frutas estupendas, disfrutemos de su sabor”

Al menos es lo que hice este verano y ¡oye!… resultó.
 

2 comentarios:

  1. Muy bien, Maribel, me ha parecido instructivo el artículo. Pero también me ha hecho sonreír. Muchos discuten, estoy convencido, no para aclarar nada, sino para desahogarse, para aliviar tensiones internas.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por este comentario tan alentador Pepe.

      En general, parece que discutir está "mal visto"; quien "disfruta" de las discusiones puede llegar a ser etiquetado como una persona "problemática".

      Soy de la opinión que una discusión bien llevada, te hace organizar tus ideas, testar si tus argumentos son o no sólidos, escuchar la postura del otro y aprender de sus puntos de vista.

      Estas serían las discusiones positivas.

      Las del desahogo pueden tolerarse siempre que no sean el patrón habitual de comportamiento. Si se convierte en una norma en la relación, puede que quien las inicie -como dices- sólo quiera aliviar tensiones, pero ¡claro! a costa de cargar de tensión a la otra parte. No parece justo ¿no?

      Gracias de nuevo por estar ahí, tu opinión es muy importante.

      Un saludo

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