Es
pronunciar esta palabra cargada de elementos subjetivamente negativos, y se nos
eriza el vello; sabemos que el conflicto es positivo y que bien gestionado es
una oportunidad de mejora, pero… ¡qué pereza nos da remangarnos y entrar de
lleno en él!
Si
tienes hijos o has observado a niños pequeños mientras juegan habrás comprobado
empíricamente por qué aparece el conflicto: normalmente cada niño quiere jugar
con un juguete y su deseo choca con el deseo/preferencia/necesidad del otro; en
el mundo de los adultos esto es exactamente igual, cambiamos las palas y el
cubo por proyectos, decisiones, medallas…
Generalmente
somos flexibles y gestionamos los conflictos de manera diferente en función de
lo que nos estemos jugando en cada momento y del valor que le demos a los
deseos y objetivos propios y ajenos. Pero también es cierto que desde pequeños presentamos
una cierta predisposición a cómo resolvemos nuestros problemas y esa actitud será la predominante
en nuestra etapa de adultos.
Lo
primero pues, es reconocer cómo solemos enfrentarnos a los conflictos. ¿Qué
postura se asemeja más a la tuya?
(1) Apisonadora: Cuando
tenemos un objetivo propio (“mi tesoro”)
al que no estamos dispuestos a renunciar y que sí o sí queremos conseguir, importándonos
bastante poco lo que quiera, piense o sienta el otro. Internamente queremos
ganar cueste lo que cueste y sobre quien se tenga que pasar; el problema sólo
quedará resuelto si conseguimos nuestro objetivo. Difícil postura para una
negociación ¿no?
o
Frase: “Aquí lo realmente
importante es lo mío, me importa un pepino todo lo demás”.
o
Gestiono
el conflicto desde la postura: Yo gano/Tú pierdes.
o
Compito. Esta actitud
es tremendamente complicada en la gestión de equipos; el no dar nunca tu brazo
a torcer acarrea muchos enemigos y no siempre obtendrás la victoria, piensa qué
sucederá el día en el que seas tú el que pierdas.
(2) Avestruz: Cuando
sabemos que el problema está ahí pero no lo queremos ver. Nos aterra poner de
manifiesto su existencia y los resultados que esto pudiera conllevar. Creemos
que no nos aporta nada enfrentarnos a la
situación que nos desagrada (el autoengaño nos durará poco pero seremos felices
mientras dure), o pensamos que nuestro objetivo, necesidad, aquello que
queremos, en realidad no tiene tanta importancia como para dejarse la piel en
alcanzarlo. Preferimos mantener una aparente “paz social”. Tampoco analizamos qué puede motivar a la otra parte,
simplemente huimos esperando que con ello los problemas se volatilicen. Como
los quitamanchas: los echas para tener una colada reluciente, pero ¡sorpresa! hay
manchas que nunca salen y toca frotar y frotar.
Desde
esta postura el conflicto no se gestiona, simplemente se pospone con lo que
contribuimos a engordar la bola de nieve.
o
Frase: “Lo mío no me
importa y lo tuyo tampoco, haz lo que quieras”.
o Gestiono
el conflicto desde la postura: Yo Pierdo/Tú Pierdes
¡qué más da,
mientras me dejes en paz!
o Evitamos el conflicto.
Recuerdo el caso de un colega con un miedo casi patológico a enfrentarse abiertamente
a los problemas. Paseaba su visión Zen de la vida dando lecciones de lo
importante que era crear “buen rollo”;
daba igual que pisotearan a su equipo,
él miraba hacia otro lado. Al final la situación se volvió tan insostenible –
sí, o sí debía plantar cara a varios conflictos no resueltos y de unas
dimensiones considerables- que prefirió abandonar voluntariamente la empresa
antes de coger “el toro por los cuernos”.
(3) Sancho Panza, el fiel escudero:
Con esta postura intentamos que el conflicto se resuelva rápidamente. Entregamos
nuestras armas a la otra parte antes de entablar batalla. Cuando ante un
problema acatamos sistemáticamente la postura del otro lo que hacemos es dejar
de lado nuestro objetivo, nuestros sentimientos, nuestro punto de vista. El todo o nada queda siempre resuelto a favor
del “contrincante”. Normalmente con esta postura damos más importancia a
satisfacer a la otra parte o a resolver rápidamente el conflicto, que a
nuestros propios intereses.
No
nos engañemos, esta actitud mantenida en el tiempo quema, quema mucho y puede
llegar a abrasarnos internamente. Un buen día explotaremos, sacaremos un
pergamino lleno de “aquellos objetivos a
los que renuncié por ti” y la otra parte, ajena a este proceso interior y a
nuestra renuncia, quedará perpleja, ojiplática.
o
Frase: “Lo mío no importa,
lo importante es lo que quieras tú”.
o
Gestiono
el conflicto desde la postura: Tú Ganas/Yo Pierdo, por esta vez no importa.
o
Cedemos, acatamos. En
ocasiones esta forma de enfrentarse al conflicto suele llevar parejo un
contrapunto: expresar nuestra frustración ejerciendo nuestro poder con otra
persona. En las Organizaciones identificamos este perfil con el del “trepa” que presenta sumisión con los de
arriba y que exprime y ejerce su tiranía con los de abajo; un Ser peligroso
donde los haya.
(4) Negociador: Cuando
tenemos claro que hay que solucionar los aspectos divergentes que dan origen al
conflicto y que para ello nuestros objetivos y sentimientos son tan importantes
como los del otro. Entendemos que para resolverlo será preciso renunciar a
parte de nuestros planteamientos y deberemos estar abiertos a entender e
incorporar en la solución final los planteamientos y sentimientos de aquel que
tenemos delante. El tira y afloja que conseguirá un compromiso para ambas
partes.
o
Frase: “Lo mío importa tanto
como lo tuyo”.
o
Me
enfrento al problema desde la postura: Tú Ganas/Yo Gano
o
Pactamos, cediendo
pero también ganando. Aunque hay autores que separan la postura de
colaboración, para mí ambas actitudes van unidas, ya que en una buena
negociación lo importante es que ambas partes ganen y cuanto más mejor.
Identificar
nuestra tendencia nos ayudará a potenciarla, matizarla o amordazarla según lo requiera cada situación.
Habremos dado el primer paso.
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