Maquillar nuestras imperfecciones. |
¡Y qué error tan grande
el hacerlo! Porque al no poder permanecer en guardia las 24 horas del día, 365
días al año, siempre habrá algo /alguien que nos pille en un renuncio y que
descubra que detrás de esa fachada, hay sólo eso, fachada.
Y es que ya lo dice
nuestro refranero “las mentiras tienen las patas muy cortas”,
pero aun así ¡hay personas que no es que maquillen o endulcen un poco la
realidad, no, es que utilizan litros de pintura plástica, de esa que no deja transpirar,
para tapar cualquier supuesta imperfección!
Eso, y el esconder bajo la alfombra toda la basura que pueda molestar.
Con
un exterior aparentemente en orden,
se da el pego.
Algo así debió de pensar
la recepcionista del hotel balneario origen de este post y cuya anécdota
comparto con vosotr@s porque creo ilustra a la perfección la reflexión de hoy.
La primera vez que
reservamos un estupendo fin de semana en este hotel recién inaugurado, todo,
absolutamente todo, me pareció una auténtica maravilla: el entorno, las instalaciones,
los servicios que ofrecían, el personal atento, entregado, motivado. Quedamos tan encantados con la experiencia que
lo recomendamos a diestro y siniestro a nuestros allegados y amigos.
Dos
años más tarde regresamos. ¿Al mismo lugar?
Geográficamente
sí. Arquitectónicamente, sí. Económicamente, sí (ni una rebaja en
el importe del servicio, bastante alto por cierto).
Entonces
¿qué había cambiado?
Era una sensación que aparentemente
no se sustentaba en nada concreto.
Aparentemente.
Y podría haberse quedado ahí de no haber descubierto
el primero de los detalles que hacía
chirriar esa fachada de lujo y glamour:
Aparentemente.
Un agujero en la alfombra de nuestra habitación.
No un pequeño agujerito, no, sino un señor agujero y además bien visible.
No un pequeño agujerito, no, sino un señor agujero y además bien visible.
Podríamos haber hecho una
foto y haber comentado eso y la falta de champú y gel de baño en foros y redes
sociales, pero no lo hicimos.
Bajé a recepción que
estaba llena de clientes, esperé mi turno, me aparté un poco y con mi habitual
tono de voz (bajo y calmado) informé a la recepcionista de ambos aspectos.
Ni
se inmutó. Con un ¡ah, vale! me despachó sin más.
Pero eso no fue lo que
tiró por tierra mi percepción de este hotel al que ya comencé a calificar de “venido
a menos” (podría ser el ejemplo de una falta de motivación e involucración del
personal, como estoy segura de que así era), el
detalle vino después:
Al regresar a la
habitación, mientras el personal del servicio de habitaciones reponía lo que
faltaba, sonó un walkie-talkie y de él salió una voz estridente que gritando
como una posesa indicaba:
“¡¡Maríaaaa!!,
¡cambia la alfombra de las 210 por la de la 215 que no está rota! ¡Los de la
210 han bajado a quejarse!
Le faltó decir:
“y
esta vez mete el agujerito debajo de la cama para que no se vea”
La tal María no sabía dónde
meterse y no era para menos pues la situación fue bochornosa.
A partir de ese momento,
cómo si una nueva realidad hubiera aparecido ante mí, comencé a descubrir más
pequeños detalles (mi atención ahora se centraba sin quererlo en lo que
fallaba, en lo que había cambiado y para peor, en las mentiras, defectos y
carencias) que sumados me hicieron abandonar el hotel con una sensación de
tristeza.
Puedes pensar que este
ejemplo es una auténtica tontería, y estás en tu derecho, pero creo que sirve para describir gráficamente situaciones a las que tod@s nos hemos enfrentado, como por ejemplo las que
pueden darse en un
proceso de selección, cuando las circunstancias nos impulsan a
vendernos con más ahínco y a base de brochazos y antiojeras disimular cualquier
desperfecto en nuestra experiencia.
El
entrevistador,
no lo olvides nunca, es
un profesional que entre otras cosas debe detectar las pequeñas o grandes
inconsistencias en tu currículo y en tu discurso.
No juegues a ser más
list@. No merece la pena. La duda en
ocasiones hace más daño que la certeza.
Podría poner muchos
ejemplos vividos a lo largo de mi experiencia como responsable de RRHH, cuando
en entrevistas de selección, detectaba esas pequeñas incongruencias, detalles
que se escapaban a lo largo de la charla con el/la condidat@ y que hacían que
un halo de desconfianza se posara sobre él/ella. En algunos casos, siento decirlo,
sus propias mentirijillas los descartaron.
Por ello siempre sugiero
que en cualquier proceso de selección seamos
honestos. Esto no implica la nula venta de nuestras
capacidades, experiencias y valor añadido a aportar. No. Significa poner el énfasis en lo que realmente hemos hecho bien, en lo que
nos hace ser diferentes porque ciertamente es así y sin necesidad de fuegos
artificiales.
Tod@s tenemos aspectos en
nuestro bagaje profesional de los que no estamos orgullosos, pues incluso en
esos casos, la
honestidad desarma más que los disimulos o la farsa.
Y es que… cuando las
apariencias engañan, los detalles importan. O al menos esa es mi opinión.
¿Cuál es la tuya?
Imagen MorgueFile.