Sentada en el sofá,
mientras me recupero del segundo catarro del otoño, entre fiebre, tos y dolor
de garganta, leo, escucho y veo lo mismo una y otra vez: “la
culpa de todo siempre la tiene el otro”, da igual si hablamos de
corrupción, de epidemias, de mala gestión… entre los que estaban y no sabían,
los que sabían y permitían y los que sin saber hacían ¡estamos
apañados!
Resulta difícil asumir los
errores, reconocer que tal vez nos hemos pasado de listos, que tal vez hemos bajado la guardia y hemos subido el
nivel de tolerancia ante todo lo que antes nos parecía intolerable. “De aquellos polvos,
estos lodos.”
Justificar nuestros actos siempre
y en todo lugar, puede llevarnos a una espiral en la que perdamos pie y norte.
Por desgracia el todo vale no
roza sólo a las grandes esferas; encontramos situaciones a pie de calle, al
nivel organizativo más “bajo”, en el día a día.
Por suerte, cada vez el clamor
“se acabó” a lo María Jiménez
se alza más alto y más fuerte.
En estos días de mantita,
caldito y cuidados he vuelto a revisar algunos vídeos de Iñaki Piñuel, sin duda
pionero en nuestro país en el estudio del mobbing y de todos ellos me quedo con
una entrevista en la que hace ya algunos años hablaba de organizaciones tóxicas.
Las organizaciones las hacemos las personas y cuando hablamos de ese tipo, esas cargaditas de riesgos psicosociales, son por tanto las personas con su hacer y no hacer las que inoculan la toxicidad, con decisiones, silencios, miedos y desmotivación.
Las organizaciones las hacemos las personas y cuando hablamos de ese tipo, esas cargaditas de riesgos psicosociales, son por tanto las personas con su hacer y no hacer las que inoculan la toxicidad, con decisiones, silencios, miedos y desmotivación.
Piñuel expone que aunque esto
ha existido siempre, se ha incrementado por la crisis o más bien con la
excusa de la crisis.
En determinados ambientes
(aunque he de reconocer que cada vez me llegan más casos de sectores totalmente
diferentes donde la pauta se repite) ha crecido como champiñones una
nueva estirpe: los killers, auténticas
armas de destrucción masiva organizativas.
La gente tiene miedo: miedo
a perder el trabajo, miedo a hablar y a poner de manifiesto lo que no le gusta
de cuanto acontece a su alrededor, a decir No bien alto y bien claro y ese
caldo de cultivo ha permitido, por una parte, que estos personajes escalen hasta
los puestos más altos o no tanto, para poner en práctica la limpieza étnica y
poner de moda “el que no rinda a la calle” y
por otra, que se mire hacia otro lado y sin rechistar cuando las cosas se ponen
feas, no vaya a ser que se ocupe el siguiente lugar en la lista de "elegidos para el exterminio"
Como
los monos: "no veo, no escucho, ni veo…así sobrevivo".
El poder lo otorgamos de
muchas maneras, entre ellas practicando el silencio, el
silencio de los corderos.
Claro que ¡quién quiere ser Juana de Arco!
La hipoteca, el cole de los
niños, el abismo del paro y la exclusión…. demasiado por perder y muy poco que
ganar.
¿Dignidad? Sí, pero con eso
no se come, diréis mucho de vosotros.
Mejor mirar hacia otro lado y seguir subsistiendo que ya vendrán tiempos mejores.
¿Cómo educar a nuestros hijos en valores rodeados de mensajes en el que el más listo es el que consigue lo que quiere pese a quien pese?
¿Cómo pedir esfuerzo y tesón cuando tienen alrededor quienes buscan y encuentran atajos para alcanzar el poder?
Difícil, pero al menos yo no pienso tirar la toalla.
Soy de las que opina que la realidad se puede cambiar; por eso me gustaría que el movimiento social que estamos viendo, ese ¡basta ya!, llegue de alguna forma al ámbito laboral; que poco a poco dejemos de ser permisivos con políticas, conductas y acciones que matan organizativamente, y apostemos con contundencia por el desarrollo de un liderazgo saludable.
¿Qué opinas tú?
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